Discurso de Grado / No hay realidad sin utopía



Cuando tenía tan sólo 6 años de edad, mi sobrino Lorenzo Giangrandi, hoy de 23, le hizo esta espinosa pregunta a su madre: "Mami ¿Si la imaginación no existiera, existiría la realidad?

Hoy le puedo contestar a Lorenzo que la realidad se puede vivir, gracias a que existe la fantasía. Gracias a que sa “loca de la casa”, como la llama la escritora Rosa Montero, nos ayuda a enriquecerla y a matizarla con las mentiras verdaderas que nos regala la literatura. Vargas Llosa subraya que “toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente. Porque “decir la verdad” para una novela significa hacer vivir al lector una ilusión y “mentir” es ser incapaz de lograr esa superchería. Y la ficción por delirante que sea, hunde sus raíces en la experiencia humana”.

Eso es precisamente lo que quiero compartir con ustedes: mi experiencia humana. Yo no he vivido la vida en orden, es decir, no la he vivido en el orden tradicional en el que se espera que se viva una vida: terminar el colegio, estudiar una carrera, tener éxito profesional, casarse, tener hijos, nietos, envejecer y morir. A mis 56 años, he pasado casi todas esas etapas pero no precisamente en ese mismo y esperado orden. Mi vida, como dice una conocida canción, la he vivido a mi manera, a mi ritmo y en desorden. La prueba fehaciente de esto que les cuento, es que apenas acabo de terminar mi primera carrera de pregrado. Mis hijos y nietos, quizás esperarían que estuviera haciendo otra cosa, tal vez dándome mecedor con ellos en las piernas leyéndoles cuentos o arrullándolos... qué se yo… Lo que pasa es que Gandhi dijo alguna vez “la vida hay que vivirla como si fuésemos a morir mañana, pero aprender como si fuésemos a vivir eternamente” y aunque la frase la oí hace poco, ese ha sido mi lema: buscar la felicidad todos los días, como objetivo primordial de la existencia, atado a la búsqueda del conocimiento en forma permanente.

Esa sed de conocimiento y un sueño largamente acariciado de ser profesional de las letras, que han sido mi pasión, me llevaron finalmente a matricularme en la universidad para adelantar estudios profesionales. Debo señalar que también existieron motivos más pragmáticos: aunque he sido una autodidacta en muchos campos, y me he desempeñado con relativo éxito en múltiples y variadas disciplinas a lo largo de mi vida laboral, no ha sido fácil en una época en que se le da tanta importancia a los títulos, pasar por la vida sin contar con un título universitario que avale lo que uno dice que sabe y sabe que sabe. Se le da poca importancia a la experiencia y a la formación autodidacta y un título profesional se hace necesario para llenar requisitos y avalar conocimientos. Hay quienes ni siquiera tienen en cuenta a los que no ostentan títulos en sus currículos. Es triste admitirlo pero es una realidad.

También tengo que admitir que de alguna manera a esas personas no les falta razón. La academia da rigor, da el orden mental necesario para establecer prioridades y para organizar el conocimiento adquirido, pero sobre todo abre las puertas a más conocimiento y brinda múltiples oportunidades para entender que el conocimiento es ilimitado.

En estos días, alguien me preguntó por qué había estudiado literatura y no alguna carrera más afín con mi perfil y quehacer profesional. Mi respuesta es sencilla y quiero que la tengan presente: la literatura, es afín con todos los perfiles profesionales. La verdadera magia de la literatura es que de su mano podemos aprender todo lo que se necesita para vivir. En la literatura está alojada la sabiduría humana. En la literatura se encuentran razones para vivir, razones para soñar, razones para dudar, razones para amar, razones para aprender, razones para trabajar y hasta razones para morir… Todo profesional debería, si no estudiar literatura, sí contar con la literatura como el gran complemento, la aliada y gran cómplice de su vida personal y profesional.

La literatura me ha ayudado a reinventarme como mujer, como madre, como esposa, como amante, como abuela, en cada una de las etapas de mi vida. A ella he recurrido cuando he necesitado encontrar las motivaciones y los espejos apropiados que me permitieran asumir con alegría a esas múltiples mujeres que me han habitado y con quienes he buscado y he logrado la felicidad. Quienes me conocen saben que es cierto. Mi profesión vital ha sido la lectura y en ella se ha apoyado mi existencia. También se puede vivir sin libros, pero sin libros, dice William Ospina, “corremos el riesgo de que las peores cosas del mundo se apoderen de nosotros: la codicia, la prisa, el estruendo, la cólera y sobre todo, el tedio”. Yo no me puedo imaginar una vida sin libros.

Al terminar una carrera, sin importar la edad, la profesión, el género o la condición social, se inicia un nuevo período. Se abre de frente esa intimidante página en blanco que es el futuro. Cada una de esas páginas se escribirá de manera diferente, pero hay una página común que debemos escribir entre todos. Existe la obligación de llenar esa página con las palabras y las frases adecuadas que contribuyan a construir un mundo mejor donde triunfemos pero siendo felices y dándole sentido a nuestras vidas y a la de los demás. Nos tocó un tiempo de alta competencia y mucha competitividad, inserto en una sociedad líquida como la llama Zygmunt Bauman. En este tiempo la vida pasa muy rápido y como el agua, se nos escurre entre los dedos sin siquiera darnos cuenta de que están pasando cosas importantes a nuestro alrededor que merecen toda nuestra atención. Se debe viajar por la vida con todos los sentidos abiertos sin perder ni la curiosidad, ni la capacidad de asombro.

Un anónimo poeta azteca, decía con gran sencillez y sabiduría:

El río pasa, pasa
y nunca cesa.

El viento pasa, pasa
y nunca cesa.

La vida pasa:
nunca regresa.

Y el gran Rilke nos habla en una de sus elegías, de la vida y de la muerte. Pero sobre todo del milagro de estar vivos y no solo de estar vivos como cualquier ser, sino específicamente como seres humanos, capaces de comunicarnos entre nosotros. El estar aquí ya de por sí es mágico; es único, es irrepetible. Es fugaz, es extraño y sin opción de decidir si queremos o no volver. Tenemos que aprender lo que vayamos a aprender en esta vida y no en ninguna otra. Porque no hay otra. No podemos llevarnos ni siquiera la mirada aprendida en este pasar por la vida. Todo queda aquí, todo es efímero.

Y de otra manera, lo repite el escritor nigeriano, Ben Okri, en la primera página de su novela El camino hambriento cuando expresa que estamos plantados en medio de la belleza del universo y pocos llegamos a desarrollar la capacidad de verlo y cuando algunos de nosotros empezamos a aprender a ver y entender cómo disfrutarlo y valorarlo, se acaba el tiempo y nos toca despedirnos para irnos de este mundo. “Todos nacen ciegos y muy pocos llegan a aprender a ver” dice Okri. La literatura nos da elementos para aprender a ver, para no pasar ciegos por el mundo y por eso repito hasta la saciedad, que la búsqueda de la felicidad es inaplazable y es desarrollando esa capacidad de aprender a ver que se puede lograr. Tenemos la obligación vital de ser felices aquí, hoy y ahora y si no, que lo diga Pepe Mujica, presidente de Uruguay, quien sorprendió a los asistentes de la reciente cumbre de Rio sobre el medio ambiente, cuando dijo con mucho énfasis: “el desarrollo no puede ser en contra de la felicidad humana sino todo lo contrario y por eso, cuando se lucha por el medio ambiente, el primer elemento del medio ambiente se llama la felicidad humana”.

¿Que la búsqueda de la felicidad es una utopía? Sí, seguramente lo es… pero sin utopías no podemos soñar, ni caminar y con toda seguridad no podremos avanzar. Un estudiante cartagenero le preguntó una vez al director de cine, Fernando Birri para qué servían las utopías y él le contestó con gran acierto: “la utopía siempre está lejos de ti, cuando avanzas en su búsqueda la utopía se aleja, si avanzas diez pasos ella se aleja diez pasos, si crees acercarte, ella se aleja más… entonces ¿Para qué sirven las utopías, me preguntas? Pues sirven para eso, sirven para caminar”. Yo los exhorto a buscar la felicidad y a no cejar en ese empeño. En esta búsqueda he encontrado escollos, he cometido equivocaciones, he tenido fracasos y sentido dolores, pero como dice el gran poeta del amor, Don Pedro Salinas…

(…) para querer
hay que embarcarse en todos
los proyectos que pasan,
sin preguntarles nada,
llenos, de fe
en la equivocación
de ayer, de hoy, de mañana,
que no puede faltar.

He dicho antes que la vida es breve, que la vida es un eterno aprendizaje, pero también que es única, que la vida es muerte y que la muerte es parte de la vida. Es por eso que no podemos permitirnos pasar por la vida en la oscuridad y los libros, como dice William Ospina, son esa lámpara maravillosa que nos permite alumbrar el camino para no pasar la vida en tinieblas tan sólo consumiendo y consumiéndonos en este mundo finito y oscuro sin aprender a admirarlo, cuidarlo y protegerlo.

No podemos decidir si morir o no. Hay que morir. No existe alternativa. Por eso tenemos la obligación vital de ser felices y de esculpirnos de tal manera que vivamos una vida plena y forjemos una buena vejez, para dejar aquí lo mejor de nosotros y trascender. Para trascender, debemos dejar recuerdos indelebles en los seres que nos seguirán evocando. Es la única manera en la que podremos seguir viviendo.

Esto no lo digo solo yo, ni lo inventó Mujica, ni William Ospina, ni Okri, ni Rilke, ni Gabo, ni Vargas Llosa, ni Julio Cortázar, ni Borges, ni los aztecas, ni los mayas… lo han dicho todos de distinta manera, pero también lo escribió, como ellos y lo dejó para la posteridad, un lúcido santandereano a quien conocí un día en estos últimos cuatro años de viaje por las letras: el escritor Tomás Vargas Osorio cuyos pensamientos, al igual que los de sus colegas, son producto de la sabiduría humana, la de siempre, la de todos los tiempos que se enlaza intertextualmente y está encerrada en tantos libros a la espera de ser descubierta, para nuestro conocimiento y disfrute.

Una cita de Don Tomás me devuelve a la pregunta de mi sobrino Lorenzo haciéndose palpable la magia de la literatura; hoy, ese gran escritor santandereano, le contesta desde su tierra a mi sobrino: “Los sueños [Lorenzo], son la única realidad verdadera, y la vida, lo que no es cierto y el sueño es el status nescens [es decir el estatus necesario] de las ideas. Sin sueños no hay ideas, ni hay vida profunda”.

Hay que soñar. Hay que tener utopías. Para transitar por este mundo incierto buscando la felicidad, debemos caminar hacia el futuro con una utopía como el faro que guíe nuestros pasos.

Iliana Restrepo Hernández
Profesional Summa Cum Laude en estudios literarios de la UNAB
Julio 13 de 2012