El Universal Cartagena


“El hombre que amaba a los perros”, de Leonardo Padura

ILIANA RESTREPO HERNÁNDEZ - ESPECIAL PARA DOMINGO Publicado el 9 de junio de 2013 - 12:01 am.

1 / 2
El escritor Leonardo Padura.
AFP
“El hombre que amaba los perros” (Tusquets, 2009) del escritor cubano Leonardo Padura (La Habana, Octubre 9 de 1955) es una novela fuerte, dramática y persuasiva que debe leerse despacio y con una alta dosis de reflexión.

El cubano Iván Cárdenas Maturell es el narrador principal que, en primera persona, nos lleva por su vida contándonos cómo ésta se ve atada de repente a la de dos hombres que no tendrían por qué haberse cruzado jamás en su camino. Son ellos, el líder comunista ruso Liev Davídovich Bronstein, más conocido como León Trotski y su asesino, el comunista catalán Ramón Mercader del Río.

Iván es producto de la revolución cubana, con toda la carga positiva y negativa que esto conlleva. Tiene talento y ganas de escritor, pero prefiere frustrar sus aspiraciones por el miedo que le produce escribir sin libertad total “(…) había optado por escribir el silencio. Al menos con la boca cerrada podía sentirme en paz conmigo mismo y mantener acorralados mis miedos”. Profundo creyente de la revolución, hizo todo cuanto había que hacer y cuando había que hacerlo, para contribuir al éxito de esa utopía en la que creía con fervor.

Un día cualquiera, después de muchos avatares y reflexiones, se encuentra, por azar en una playa, con un desconocido que paseaba dos bellos galgos borzois y quien, por su interés en los perros, le entabla conversación. En ese instante cambió la vida de Iván para siempre. Este hombre es Mercader quien decide, al conocer las  inclinaciones literarias de Iván, trabar amistad con él. En varias sesiones, va contándole su vida pero, hábilmente lo hace en tercera persona, sin confesarle nunca quien era realmente y ocultando el propósito de que Iván se convierta en su amanuense. Iván poco a poco intuye cuál es la verdadera identidad del hombre que amaba los perros, pero una vez enganchado en su historia, ni puede, ni quiere zafarse de ella.

Mercader era un hombre duro, de convicciones profundas que arrastraba consigo una conflictiva historia familiar. Había sido educado en y para el odio por su madre Caridad del Rio, una comunista de la España anterior a la Segunda Guerra, quien lo puso en contacto con quienes le asignaron la Misión Pato, que él aceptó alentado hasta el último momento por ella. La misión, había sido encomendada por el mismísimo Stalin, quien odiaba a Trotski profundamente, por considerarlo un traidor. Para cumplirla, tuvo que moverse por vericuetos llenos de mentiras y disfraces, hasta convertirse, el 20 de agosto de 1940, en el asesino de León Trotski. Éste paradójicamente había logrado, antes de su muerte, sembrar serias dudas en la férrea e inamovible ideología de Ramón. Pero ya no tenía salida, había que matarlo. Era su propósito de vida.

La arquitectura literaria de la novela, si bien no es novedosa, está bien lograda. Dividida en tres historias de vida que se intercalan entre sí, pero que casi podrían leerse de manera independiente. Con diferentes voces narrativas, cada cuatro o cinco capítulos se retoma la vida de uno de los tres protagonistas principales y se van tejiendo poco a poco esos vínculos que los amarran entre sí para siempre. 

Es una novela histórica, anclada en hechos reales y verificables, aunque el autor se concede algunas licencias literarias necesarias para ajustar la trama. Le introduce también los ingredientes de ficción inevitables para recrear aquellos incidentes históricos que se han mantenido en la oscuridad. Padura es maestro del género de la novela policiaca con su serie sobre el detective Conde. Experiencia que trae aquí para mantener el hilo narrativo y la agilidad de una novela de misterio, intriga y pasión, sin que se pierda por esos rincones, el profundo drama humano, social y político que contiene. Además, no es arte fácil mantener la tensión y la atención del lector, cuando de antemano se conoce, no solamente el final, sino muchos de los acontecimientos que rodean la trama.

Es indudable que la obra trata sobre la pasión, la compasión, el miedo y el dolor pero sobre todo trata sobre la desilusión vital por la gran utopía perdida. Aunque no de la misma manera, los tres protagonistas fueron víctimas inocentes de una misma prisión terrible: su ideología inamovible. Creyeron, con la fe del carbonero, en la utopía marxista, la cual fue envilecida de la peor manera. 

El autor al final de la obra, manifiesta sus deseos, no sólo de que se conozca “esta historia ejemplar de amor, de locura y de muerte [sino que espera] que aporte algo sobre cómo y por qué se pervirtió la utopía e, incluso, provoque compasión.”  Padura lo logra. El sentimiento con el que estuve lidiando durante muchas páginas, fue ese: compasión en su verdadera acepción, es decir, padecer con el otro. Padecí cada minuto de cada día de todos los personajes. Compadezco, como Iván, a Ramón Mercader, porque se convirtió en el autor de un asesinato inútil, a pesar de haberse dado cuenta de que ya todo era una mentira pero siguió adelante por físico pavor: “(…) me provocaba, más que cualquier otro, aquel sentimiento inapropiado que el mismo Ramón rechazaba y que a mí me espantaba por el solo hecho de sentirlo: la compasión”. Compadecí a Trotski por haber sido el blanco y el chivo expiatorio de tanto odio y de tantos horrores cometidos por Stalin. Pero sobre todo, compadezco a todos los Ivanes, que como él, le apostaron todo a esa utopía y han vivido de manera inocente, vidas tan difíciles y dolorosas.

Las páginas más conmovedoras y que se leen sintiendo la compasión más viva, son las que narra un Iván reflexivo quien se ha quedado solo con esa historia trunca de Ramón Mercader; historia que no hace más que afirmar y avivar sus dudas, desilusiones  y rabias. Al mismo tiempo narra cómo le toca vivir ese periodo especial tan duro como fue la década de los 90 en Cuba. Da cuenta de momentos verdaderamente amargos, vividos en compañía de su amada Ana, otra de tantas víctimas inocentes.

Nunca se sabrá qué hubiera pasado si la historia se hubiera desarrollado de otra manera; si la utopía de Marx no hubiese sido pervertida... Algunos hacen la tremenda y punzante analogía de que Stalin fue al Marxismo lo que la Religión Católica al Cristianismo.

(...) Sin embargo, a pesar de todo lo que este libro encierra y encarna, de lo que dice y de lo que no dice, de lo que se intuye y de lo que duele, la utopía primaria perseguida, es decir, la igualdad y la hermandad humana, es la verdadera. Es la éticamente correcta. Que en su búsqueda, por diversos motivos, se torcieron los ideales, no quiere decir que no haya que ir en pos de ella, tratando de encontrar el camino recto que nos conduzca lo más cerca posible.

Sin utopías no se puede soñar, ni caminar y con toda seguridad no se puede avanzar. Hay una anécdota que ilustra muy bien qué es una utopía y por qué nunca se debe prescindir de ella: un estudiante cartagenero le preguntó una vez al director de cine Fernando Birri, para qué servían las utopías y él le contestó con gran acierto: “la utopía siempre está lejos de ti, cuando avanzas en su búsqueda, la utopía se aleja, si avanzas diez pasos ella se aleja diez pasos, si crees acercarte, ella se aleja más, entonces… ¿Para qué sirven las utopías, me preguntas? Pues sirven para eso, sirven para caminar”. Agregaría que sirven para caminar en la dirección correcta. El problema se presenta cuando los líderes que dicen perseguirla y guiar a sus seguidores hacia ella, la manosean en su favor y extravían el olor de su esencia.

iliana.restrepo@gmail.com

Síganos en Twitter: @ElUniversalCtg

Cómo hablarles a las niñas pequeñas

La semana pasada leí este artículo en el blog http://latinafatale.com/2011/07/21/how-to-talk-to-little-girls/ y me tomé el atrevimiento, sin autorización, no se si me meta en un lío, de traducirlo, porque me parece un tema de la mayor importancia. Juzguen ustedes. 

El artículo se titula Cómo hablarles a las niñas pequeñas, escrito por Lisa Bloom, periodista y autora del libro Think: Straight Talk for Women to Stay Smart in a Dumbed Down World


La semana pasada fui a cenar en casa de una amiga, y conocí por primera vez a su hija de cinco años de edad.

La pequeña Maya era una belleza con su rizado pelo caoba y sus ojos oscuros. Se veía adorable enfundada en su camisón rosado brillante. Me hubiera gustado consentirla, hablarle como bebé y decirle “¡Maya eres tan bella! ¡Mírate! Date una vuelta y modela esa belleza de bata, ¡eres una preciosura!”

Pero no lo hice. Me aguanté. Me mordí la lengua como hago siempre que conozco niñas pequeñas, aguanto ese primer impulso, de que siempre tengo de decirles lo preciosas/bonitas/bien vestidas/bien arregladas/bien peinadas que están. 

¿Qué hay de malo en eso? En nuestra cultura es normal hablarles de ese modo a las niñas para romper el hielo, ¿no?


Mantengan en su mente esto por un momento. 

Esta semana, las noticias en ABC reportaron que casi la mitad de las niñas de seis años de edad están preocupadas por su peso. En mi libro “Think: Straight Talk for Women to Stay Smart in aDumbed-Down World”, revelo que entre entre el 15 y el 18 por ciento de las niñas menores de doce años usan pestañina, delineador de ojos y lápiz labial, de manera regular; los desórdenes alimenticios van en alza y la autoestima a la baja; veinticinco por ciento de las mujeres jóvenes en los Estados Unidos preferirían ganar el premio de la top model americana que ganar el premio Nobel de la Paz. Hasta las más exitosas jóvenes universitarias dicen que prefieren ser llamativas que inteligentes. En Miami, una madre acaba de morir a causa de una cirugía cosmética, dejando huérfanos a dos adolescentes. Esto sigue pasando y me rompe el corazón.

Enseñarles a las niñas que su apariencia es la primera cosa que ves, les dice que la apariencia es más importante que todo. Esto, las programa para que comiencen a pensar en una dieta a la edad de 5, en base de maquillaje a los 11, en implantes de senos a los 17 y Botox a los 23. Como se ha convertido en un imperativo cultural estar atractiva las 24 horas del día y siete días a la semana, las mujeres americanas se han convertido cada vez más en seres infelices. ¿Qué está faltando? Una vida que tenga significado, una vida de ideas, leer libros y ser valoradas por sus propios pensamientos y logros.

Por eso es que me fuerzo a hablarles de esa manera a las niñas pequeñas:

“Maya,” le dije, agachándome a su nivel y mirándola directamente a los ojos, “me encanta conocerte”.

“A mí también me encanta conocerte” dijo con su voz entrenada de niña buena y educada para hablarle a los adultos.

“Oye, ¿qué estás leyendo”? Le pregunté, con un guiño en mis ojos. A mí me fascinan los libros. Me vuelven loca. Le dejé ver que eso era verdad.

Sus ojos se agrandaron y su expresión facial de niña educada cambió a causa de una excitación genuina por el tema. De todas maneras hizo una pausa, estaba un poco apenada conmigo, era una extraña.

“Amo los libros,” le dije. “Y tú?”

A la mayoría de los niños les encantan.

“Sí,” me dijo. “¡Y ya puedo leerlos yo sola!”

“!Wow, impresionante!” le dije. Y realmente lo es para una niña de cinco años. Sigue así Maya.

“¿Cuál es tu libro favorito?” le pregunté.

“¡Lo voy a buscar! ¿Te lo puedo leer?”


Purplicious fue el libro elegido por Maya, era nuevo para mí y mientras se acomodaba a mi lado en el sofá, leía orgullosa en voz alta cada palabra, sobre una heroína que amaba el color rosado pero que era atormentada por un grupo de compañeras en el colegio, que sólo usaban color negro. Lamentablemente, la lectura se trataba de niñas, de qué ropa usaban y de cómo su guardarropa definía sus identidades. Pero antes de que Maya cerrara la página final, conduje la conversación a los temas más profundos del libro: es decir, cómo ejercían esas niñas presión sobre su compañera por no ir con el grupo. Le conté que mi color preferido era el verde, porque me gusta mucho la naturaleza y esto le encantó. 

Ni una sola vez conversamos sobre la ropa, o el pelo, o los cuerpos o sobre quién era bonita. Es sorprendente cuán difícil es mantenerse alejada de esos temas con niñas pequeñas, pero soy terca.

Le dije que acababa de escribir un libro y que esperaba que ella también escribiera uno algún día. Se mostró muy entusiasmada con la idea. Las dos nos pusimos tristes cuando se tuvo que ir a la cama, pero le dije que la próxima vez podría elegir otro libro, lo leeríamos y conversaríamos sobre él. Oops. Eso la puso muy ansiosa para poder dormirse y bajó de su cuarto unas cuantas veces, muy animada.

Esta es una pequeñísima gota de oposición a una cultura que envía todos los mensajes errados a nuestras niñas. Un mínimo empujón hacía la valoración del cerebro femenino. O un pequeño momento de modelado de rol intencional . ¿Será que mis cortos minutos con Maya cambiarán nuestra multibillonaria industria de la belleza, los reality shows que degradan a la mujer y nuestra cultura enferma por las celebridades? No. Pero si cambié la perspectiva de Maya, al menos durante esa velada.

Pruebe este comportamiento la próxima vez que se encuentre con una niña pequeña. Ella posiblemente se muestre sorprendida e insegura al principio, porque muy pocos le preguntan sobre su mente, pero sea paciente y persista. Pregúntele que está leyendo. Qué le gusta, qué le disgusta y ¿por qué? No hay respuestas incorrectas. Usted está generando una conversación inteligente que respeta su cerebro. Para las chicas más grandes, pregúnteles sobre eventos de actualidad: la polución, las guerras, el recorte de los presupuestos para la educación. ¿Qué le preocupa del mundo y cómo lo arreglaría si tuviera en sus manos una varita mágica? Puede que obtenga respuestas sorprendentes. Cuéntele sobre sus ideas y logros y sobre sus libros favoritos. Actúe para ella como modelo de lo que hace y habla una mujer pensante.

Y cuénteme las respuestas que obtenga a:
www.Twitter.com/lisabloom.
Esto es cambiar el mundo, una pequeña niña a la vez.

*** 


Sobre la autora:


Lisa Bloom, autora de Think: Straight Talk for Women to Stay Smart in a Dumbed Down World, es un periodista galardonada, es analista legal, abogada litigante e hija de la reconocida abogada de derechos de la mujer, Gloria Allred.


Traducido por Iliana Restrepo del artículo publicado en:


http://latinafatale.com/2011/07/21/how-to-talk-to-little-girls/