Libertad de opinión


La prensa es la artillería de la libertad.
Hans Christian Andersen

Hace pocos días, se celebró el día mundial de la libertad de prensa proclamado en 1993 por la ONU.

La libertad de prensa, ese conjunto de garantías que debe ofrecer un Estado a sus ciudadanos para que puedan establecer medios de comunicación sin control ni censura, es además, y a mi juicio lo más importante, ese derecho que tenemos todos los seres humanos a opinar y publicar esas opiniones sin coacciones de ningún tipo, más aún en esta era de las comunicaciones y de las redes sociales.

Como libertad no es sinónimo de libertinaje, la prensa cuenta con límites que han sido establecidos por las leyes y ciñéndose a estas, debe garantizar no solo la información veraz y responsable, sino además permitir la pluralidad de interpretaciones y reflexiones de sus columnistas de opinión.

Por ende, los obstáculos que atenten contra esa libertad, afectan de manera profunda la calidad de la información ya que en condiciones de peligro o zozobra un periodista o columnista debe sopesar y cuidar cada palabra para evitar riesgos. No hay peor mordaza que el miedo.

Basta dar un corto paseo por los medios de comunicación o por la página Web de la Fundación para la Libertad de Prensa FLIP, para evidenciar que a pesar de la proclama de la ONU y de las medidas para prevenir las amenazas y la censura, aun abundan innumerables casos que atentan de diversas formas contra quienes investigan u opinan. Estas van desde sutiles intentos de censura, pasando por interferencias en la vida privada, hasta amenazas de muerte que infortunadamente, algunas veces, terminan siendo ejecutadas con éxito. El atentado contra Ricardo Calderón y más recientemente las amenazas al columnista León Valencia, que lo tienen trabajando “en medio de la zozobra”, confirman lo dicho.

El proyecto Antonio Nariño PAN, aplicó una encuesta a 603 periodistas del país, sobre la situación de seguridad en el periodismo. Los resultados no son alentadores, más de la mitad (59%) de los periodistas encuestados considera que la situación de seguridad de su departamento le impide desarrollar bien su labor periodística; 29% aseguró haber sido víctima de algún tipo de ataque y un porcentaje muy alto (79%), dice que prefiere no publicar ciertos temas por temor a que haya represalias en su contra, como perder su trabajo o sufrir agresiones físicas. Esto, por supuesto induce a la autocensura que junto con el acoso judicial, dice el informe, son las causas más preocupantes de la coartación de la libertad en el periodismo.

Para quienes solo consumen información, podrían parecerles poco relevantes estas cifras, pero para quienes hacen periodismo investigativo o se atreven a exponer sus opiniones en público, no hay peor manera de trabajar, que  vivir con la espada de Damocles pendiendo sobre la cabeza con el temor de que cualquier día puede caer sobre ellos de la manera más inesperada, sin previo aviso y en ocasiones clavada por verdugos inocentes.  

Educación siglo XXI

Muchos se preguntan qué y cómo debe ser la educación del siglo XXI. Se preocupan por el uso de las llamadas TIC. Se angustian pensando que los alumnos de hoy escriben mal, no leen mucho, juegan y chatean permanentemente a través de sus teléfonos móviles, tabletas o computadores. Ha habido grandes debates sobre todos estos temas y los docentes y padres cada vez están más desconcertados, sin saber qué hacer, cómo revertir estas tendencias y regresar al orden establecido.

Aunque casi nadie puede dejar de reconocer los grandes beneficios que aporta la tecnología a casi todas las actividades de su vida cotidiana, todavía no están seguros y muchos no saben cómo incorporar todas esas ventajas en la educación de niños y jóvenes. 

Cuando veo a mis hijos y nietos y a los jóvenes en general, imbuidos, realmente concentrados y disfrutando lo que hacen cuando juegan o chatean en sus dispositivos, no puedo menos que preguntarme cómo lograr que ese mismo goce lo tengan cuando estudian o buscan el conocimiento a través de esos aparatos maravillosos que tanto les gustan.

Estoy adelantando una maestría en e-learning y redes sociales en la cual  he estudiado y leído una gran cantidad de artículos, sobre nuevas formas de aplicar la tecnología en la educación y  he tenido la oportunidad de conocer ese mundo nuevo que se ha estado abriendo frente a nosotros sin que nos haya dado mucho tiempo a reflexionar sobre qué ha pasado y mucho menos sobre qué va a pasar. 

¿Cambiará realmente la educación en el siglo XXI? Para mí, la respuesta es un rotundo SÍ. Todo cambiará de una manera tan abismal y radical que hoy no tenemos ni remota idea de la revolución que estamos presenciando. Hoy tan solo vemos la punta de un enorme iceberg que está haciendo de las suyas en el mundo de la educación. ¿Para bien o para mal? yo considero que todos estos cambios serán para bien. Pondrá a la educación en su justo tiempo y lugar. Ni los colegios, ni las universidades, ni los profesores serán necesarios de la manera como existen hoy. Habrá otros conceptos, otros espacios y otros entornos de aprendizaje.

La educación como se concibió y como se ha mantenido desde hace más tres siglos, ya no es la educación que requieren los chicos de hoy. No se necesitarán tal vez centros de enseñanza ni profesores, por lo menos, no como son hoy. Muchos se escandalizarán con esto que digo, pero nos guste o no, es verdad. Los niños y los jóvenes lo que tendrán que aprender es a buscar, a buscar bien, a ser orientados para buscar su propio conocimiento, de acuerdo con sus gustos y necesidades. 

¿Por qué me atrevo a afirmar algo tan drástico?

Las escuelas se crearon obedeciendo a una necesidad de la sociedad industrial que resolvió que así como había descubierto que la fabricación de productos y bienes en línea y en serie era uno de los mejores y más eficientes descubrimientos para la sociedad del momento, ideó que la educación debería hacerse de la misma manera e inventó los sitios de enseñanza (colegios y universidades), con las características, restricciones y condiciones que prevalecen hasta hoy. Los niños deberían estar agrupados por edades, todos deberían entrar a la misma hora, aprender lo mismo, al mismo ritmo y producir los mismos resultados. Al cabo de un tiempo, todos deberían obtener unos certificados que darían cuenta de los conocimientos adquiridos, es decir que se certificaría que contaban con la calidad suficiente para salir al mercado laboral. Con esto se había conseguido fabricar el producto que la sociedad necesitaba: burócratas en serie producidos en línea, listos a ser incorporados a la cadena social y laboral. 

La sociedad ha ido cambiando pero el sistema educativo no se ha movido al mismo ritmo. Está obsoleto. la mayoría de los chicos se aburren como ostras mientras pasan sus días en el sistema educativo. Lo peor es que la gran mayoría de los maestros también. 

Llegaron los computadores, Internet, los teléfonos móviles, la Web 2.0 y tantas tecnologías y quienes se dieron cuenta y entendieron todo rápidamente fueron los niños y los jóvenes, sobre todo los llamados nativos digitales; aprendieron muy rápido que estos nuevos aparatos eran parte de su mundo y se lanzaron a utilizarlos sin ningún recato, al punto que hemos llegado hoy:  los chicos van por un lado y la educación por otro. ¿Quién les ha enseñado a utilizar esos artefactos? curiosamente, nadie. Ellos aprenden solos. La tecnología produce el milagro de que los chicos se convierten en autodidactas. Pregúntenles quién les enseñó las reglas de este o aquel juego con el que se pasan hora tras hora jugando. Se darán cuenta de que lo aprendieron solos, probando, equivocándose y volviendo a probar hasta aprender.

Entonces, ¿cómo hacer para poner a los alumnos y docentes, a los padres e hijos, al mismo ritmo si muy pocos docentes y padres están preparados para enfrentar este mundo, que como bien dice el sociólogo polaco Zigmunt Bauman es cada vez más liquido, más cambiante e inasible y se mueve a una velocidad que a veces no alcanzamos?

En el uso que los chicos de todas las edades dan a estos adelantos tecnológicos pueden estar las claves de cómo incorporarlos a la educación. Hay que investigar qué hacen con sus equipos, para qué los usan, por qué les gustan y los disfrutan tanto. Cada día se descubren nuevas tendencias y nuevos usos para la tecnología, pero hasta ahora el más atrasado para incorporarlas es el sector de la educación. Hay motivos diversos, como el costo, las dificultades para capacitar a los docentes en las nuevas TICs pero sobre todo la gran resistencia al cambio y a reconocer que la educación, como está concebida hoy, ya no es necesaria.

Un maestro parado frente a una clase con 30 o 50 chicos y chicas de cualquier edad, hablando y tratando de que todos estén atentos a lo que él o ella dicen, como si fuera la verdad revelada, es una metodología obsoleta. Ellos ya no quieren ni necesitan esto. El mundo que los espera afuera no les da tiempo para esto. Además, muchas de las cosas que los profesores les están tratando de enseñar las tienen a un click de distancia. No en vano se dice que hoy en día la memoria no se encuentra en el cerebro sino en la punta de los dedos. Los alumnos ya no pueden ser vistos como receptáculos vacíos que los profesores deben ir llenando poco a poco hasta que queden "listos" para la siguiente etapa.  

Muchos de los Programas Educativos Institucionales (PEI) de colegios y universidades, se jactan al decir que su programa tiene al estudiante en el centro de todas las actividades, pero si se escarba y se va más allá de estas declaraciones y se observa el comportamiento de los docentes y de cómo son las clases, las actividades, las evaluaciones... nos damos cuenta de que en un alto porcentaje de los casos lo que se enuncia no es cierto y de que el estudiante es el menos importante de todos los actores en la cadena educativa. El estudiante, en muchos casos, tiene una participación marginal en su propio proceso de adquirir el conocimiento. No se ha querido comprender que todo ha cambiado y que el estudiante podría, de manera autodidacta, con las herramientas que hoy tiene a su disposición, ser el verdadero artífice de su propio conocimiento y aprendizaje. El profesor debería ser tan sólo un mediador, un facilitador.

Cuando los chicos interactúan entre ellos, para aprender algo en un computador, tableta, etc. se apoyan y se ayudan los unos a los otros. Es decir practican el aprendizaje colaborativo que tanto trabajo ha dado implementar. ¿Por qué no hacer lo mismo para que busquen por sí mismos lo que queremos que aprendan? El maestro deberá convertirse en un partero del deseo de conocimiento. El aprendizaje tiene que ser visto como una aventura propia y la competencia y el reto deben ser contra sí mismos, no contra los otros alumnos. Los errores deberán ser estimulados, no castigados. Un chico que no se equivoca no puede aprender. 

Volvamos a los videojuegos. ¿Cuántas veces creen ustedes que se equivoca un chico o chica cuando está jugando para completar la misión o completar "el mundo" en el que está? Se demora el tiempo que requiera y se equivoca tantas veces como sean necesarias para avanzar hacia donde quiere ir. Se reta a sí mismo y aprende de sus propios errores y cuando juega con otros, también aprende de los errores de los demás, lo cual le ayuda en el aprendizaje. No hay estigmatización al cometer errores. Rápidamente comprenden que de los errores están aprendiendo y los aceptan con facilidad, como parte de ese aprendizaje. sin que nadie los califique negativamente por haberlos cometido.

Muchos padres y maestros están aterrados de pensar que los chicos no quieren hacer nada más que jugar y jugar frente a un PC, una tableta, un teléfono celular u otros, y que pueden pasar horas y horas dedicados solo a eso.  Lo que deben preguntarse es por qué eso está sucediendo... ¿están aprendiendo algo? ¿qué están aprendiendo? o  será que realmente están perdiendo el tiempo.

Lo importante y de lo que se debe aprender de estos juegos es que la adicción que producen proviene del gusto de aprender. Así como lo oyen. La droga adictiva de los videojuegos, dice el experto en el tema, James Paul Gee, es el aprendizaje. Mientras no consiguen superar las barreras y completar la misión, no termina el interés. Dicho de otra manera, en el momento en que ya no hay nada nuevo que aprender, se pierde el gusto por el juego. Es un permanente aprendizaje. Cuando se aprendió ya se llegó al punto máximo y el interés decae.

Esto es lo que desearían todos los docentes que pasara con sus alumnos, que estudiaran con tanto gusto y ahínco, que repitieran todo una y otra vez hasta que tener el problema superado o el conocimiento adquirido. Lo que nos está diciendo este ejemplo y esta comparación con los video juegos, no es otra cosa que el aprendizaje se produce cuando hay interés y ganas de aprender. Entonces, ¿cómo despertar ese interés y esas ganas en los alumnos para adquirir el conocimiento? 

Lo primero, es entender algo que parece una perogrullada. No aprende quien no quiere aprender. No aprende quien no está interesado en aprender. Aunque, como decía, parece una tontería, esta es la base del desinterés de los alumnos. Y muchas veces no están interesados porque no entienden para qué les sirve lo que les quieren enseñar. No es un proceso agradable y no entienden la utilidad práctica de lo que se quiere enseñar, en un mundo cambiante como el de hoy, donde la información la tienen a un click de distancia; para qué les puede  servir, por ejemplo memorizar tantas cosas o datos si pueden acceder a ellas cada vez que las necesitan. Lo que verdaderamente necesitan saber es cómo y cuándo buscarlos. Es decir entender cuándo y para qué sería útil esta información y entonces sí acceder a ella.


Yo invito a los padres de familia, abuelos, docentes y en general a la sociedad en su conjunto, a abrir la mente, a situarse en el contexto del mundo de hoy. A no satanizar los cambios. A entender que nuestros niños, niñas y jóvenes no pueden vivir la vida a nuestro ritmo, ni con nuestros paradigmas. Se están creando nuevos paradigmas que son los que ellos van a seguir. 


Cuando observemos a los chicos y chicas chateando, jugando o simplemente utilizando los dispositivos que tienen a su alcance, no los increpemos para que no lo hagan. Unámonos a ellos  y más bien solicitémosles  que nos muestren lo que están haciendo, que nos expliquen y que nos instruyan. Tal vez así, poco a poco podremos participar y unirnos a esta gran revolución de la búsqueda del conocimiento y del aprendizaje por cuenta propia. Incentivémoslos a hacerse preguntas, hagámosles muchas preguntas, pero no les demos las respuestas. Estimulémoslos a trabajar con otros en la búsqueda de estas respuestas y soluciones. Retémoslos a encontrar las respuestas por sí mismos, utilizando esa tecnología que ya manejan tan bien en sus vidas diarias. En otras palabras volvámonos cómplices y no enemigos de esas herramientas que tanto bien le hacen y le harán a la humanidad. 

Dejo dos videos inspiradores que ilustran muy bien, con experimentos concretos lo que afirmo en esta entrada. 




James Paul Gee. Learning with Video Games


Sugata Mitra TED 2013 winning talk