De alcohol y marihuana



05 septiembre 2013

De alcohol y marihuana

Por Iliana Restrepo Hernández*

OPINIÓNLos colombianos seríamos más pacíficos si en vez de ser un país de alcohólicos, como somos, fuésemos un país de marihuaneros.



























Mucho se ha escrito en las últimas semanas sobre el paro agrario. Sobre las reacciones que este ha suscitado en la ciudadanía, en el gobierno, en los medios de comunicación. En fin, ha sido el tema del momento y con sobradas razones. 

Pero me pregunto cuánto durará; hasta cuándo hablaremos de los campesinos, de la papa, de la cebolla, de la defensa de nuestros productos nacionales. ¿Hasta cuándo durará la rasgadura de vestiduras por este episodio? 

Fácil, hasta que otro incidente u otra debacle similar, termine por desbancarlo del primer puesto de actualidad y entonces se guardará bien atrás, en las últimas páginas y no se volverá a tocar. En ese momento será como si no hubiese sucedido. Se producirá un conveniente olvido y poco o nada cambiará.

Con los recientes paros, ya muchos se olvidaron del asunto de los conductores borrachos que continúan a diario, poniendo en riesgo la vida de muchos o cometiendo viles asesinatos. Tampoco se acuerdan de los borrachos que llegan todos los días a maltratar a su familia en todas las formas posibles. Así es en este país, una noticia llega y se monta tan rápido sobre la otra, que no da tiempo a que alguna se digiera bien. 

Todos los temas pasan por las primeras planas, duran unos pocos días y de allí van desfilando a un segundo o tercer  lugar. Pero, estoy segura de que con la forma que tienen muchos colombianos de hacer uso del alcohol, muy pronto ocurrirá otra tragedia que lo hará saltar de nuevo a los titulares principales. ¡Increíble! Mientras escribía la frase anterior, me entra un correo con la última noticia sobre uno de estos fatales comportamientos. Un hombre mata a su vecino porque este le reclama por enésima vez su mal comportamiento de convivencia ciudadana. 

Una de esas tragedias humanas, que se leen a diario sobre ese fenómeno, me impresionó especialmente. Un hombre llega borracho a su casa, discute con su mujer y en medio de la riña, coge un manduco y destroza la cara (fractura de tabique y mandíbula) de su hija pequeña. Los vecinos reaccionan y buscan linchar al agresor. Interviene la Policía y lo llevan preso. Infortunadamente esto es el pan de cada día en muchos hogares y ya hasta parece ser normal. Lo extraño, es que el hombre sale libre porque argumenta que no quería pegarle a la niña sino a la madre.

¿Habrase visto que Esta pueda ser una razón valedera para que a alguien que ha cometido ese acto de barbarie no se le sancione? ¿Si los golpes los hubiera recibido la madre, no hubiese entonces, cometido ningún delito? 

O ¿es que el haber fallado en el objeto de su agresión, lo exime de un castigo? ¿Al juez le parece “más normal” que quiera pegarle a su cónyuge que a su hija? Busco respuestas y no encuentro la lógica para dejarlo en libertad. ¿O será que el atenuante es que como estaba borracho no sabía lo que hacía? 

Recientemente, otro hombre llega borracho, rocía con gasolina a su mujer y le arroja un fósforo causándole graves quemaduras de tercer grado. Según él, tampoco era consciente de sus actos. La borrachera es siempre la excusa.

La mayoría de estos hechos, terribles e injustos, de intolerancia y violencia intrafamiliar están mediados, casi siempre por el alcohol, que sumado a problemas económicos, falta de educación y oportunidades de todo tipo, resultan convertidos en un macabro y mortal coctel.

La mayoría de las víctimas terminan siendo mujeres y niños o niñas, que deben soportar que los hombres de la casa lleguen embriagados a insultarlos o a golpearlos de manera cruel y recurrente.

Escudándose en su borrachera, algunos piden perdón diciendo que no eran conscientes de sus actos y esgrimen argumentos tan imbéciles como el de los casos descritos. La gran mayoría de estos episodios, son causados por la enorme agresividad que produce el exceso de alcohol. 

En este país, es raro que se organicen actividades sanas que no lo incluyan. Hasta los paseos familiares, en todas las clases sociales, se riegan con abundantes dosis. Los niños y niñas crecen rodeados de adultos que toman de manera permanente y hasta emborracharse. Muy seguramente será lo que repliquen en sus vidas.

¿Vamos a seguir tolerando impasibles estos actos, producto de una sociedad altamente alcoholizada, sin tomar correctivos?

Mientras, por otro lado, miles se rasgan las vestiduras ante la propuesta de legalizar la marihuana, sin darse cuenta de que está legalizada y consentida una de las peores drogas del mundo: el alcohol. Así lo ratifican abundantes estudios

Y basta leer la prensa diaria para medir sus estragos sobre la seguridad y la vida: borrachos que asesinan -no tengo otro calificativo- a personas inocentes cuando conducen un carro bajo los efectos del alcohol. Padres de familia que maltratan a sus hijos y cónyuges, amigos que se matan en peleas callejeras o en bares; celos y situaciones de exaltación que se exacerban por los efectos del alcohol y producen estados delirantes  y brutales asesinatos... en fin el alcohol deja a su paso toda una estela de agresión y muerte.

Recientemente el experto en drogas de los EE.UU., Mark Kleiman, frente a la pregunta de que si la marihuana es menos nociva que el alcohol, contestó sin titubeos: “En casi todo sentido, la marihuana es menos nociva que el alcohol, excepto por el hecho de que es ilegal. Algunos dicen que entonces deberíamos tener menos restricciones que las que se tienen con el alcohol, a lo que diría que sí, si nuestras políticas respecto al alcohol fueran apropiadas”.

Con lo que voy a decir a continuación no quiero afirmar que se deba consumir alguna substancia para vivir, pero como sabemos que hay tantos que necesitan de ellas para divertirse o que no son capaces de vivir su realidad "a palo seco", creo firmemente que los colombianos seríamos más pacíficos, si en vez de ser un país de alcohólicos,  como somos, fuésemos un país de marihuaneros. 

Así lo ha entendido Pepe Mujica, Presidente de Uruguay, y ha tenido el valor y el tino de tomar el toro por los cuernos legalizando, con controles, la marihuana en su país.

Dejemos ya la mojigatería y el falso pudor y enfrentemos en serio y sin prejuicios artificiales estos problemas, para ver si salimos de esta espiral de violencia que pareciera no tener fin. Lo que sí sabemos es que mucha de ella se origina en el seno de esos hogares donde la vida transita mediada por el mal uso del alcohol. 
*Profesional de Estudios Literarios
Asesora de Proyectos internacionales
Institución Universitaria Bellas Artes y Ciencias de Bolívar UNIBAC

Humanizar el capitalismo



22 agosto 2013

Humanizar el capitalismo

Por Iliana Restrepo Hernández*

OPINIÓNEstaría bien si el progreso generara bienestar social y mejores condiciones de vida, pero infortunadamente no siempre es así.

Humanizar el capitalismo . Iliana Restrepo Hernández
Iliana Restrepo Hernández
Foto: SEMANA
En un reciente artículo de The New York Times, el músico Peter Buffet, hijo de Warren Buffet, el magnate que en 2006 donó gran parte de su inmensa fortuna a proyectos sociales, pone el dedo en la llaga de un tema inquietante. 

Buffet hijo, además, maneja una de las tres fundaciones creadas por sus padres, las cuales recibieron de ellos generosos donativos. Dice, con conocimiento de causa, pero con marcada preocupación, que ha visto crecer en los últimos años la industria de la caridad (palabra que detesta). Ha entendido que el “colonialismo de la filantropía”, no es más que otra industria alrededor de las necesidades humanas.

El “negocio” del altruismo mueve billones de dólares. Tan sólo en EUA, de 2001 a 2011, las entidades sin ánimo de lucro han crecido un 25%, recibido US$316 billones y generado 9.4 millones de empleos. 

Estaría bien si esa progresión siempre generara bienestar social y mejores condiciones de vida a quienes los necesitan, pero infortunadamente no siempre es así. Gran parte de ese capital se va en pagar burocracia en esas mismas instituciones y muchas se comportan como empresas capitalistas, que dice Buffet haber visto, más preocupadas por el retorno de la inversión (ROI), que por el beneficio real que están llevando a las comunidades.  

En Colombia, en una clara demostración de que el Estado no hace bien su trabajo, existe también una proliferación de ONGS y fundaciones, a veces “flor de un día”, actuando en todos los frentes. Además en muchos rincones del país, la cooperación internacional ha regado millones de dólares, a veces privilegiando cantidad de beneficiarios sobre la calidad de los servicios y el verdadero impacto que se ha de producir. Son ejemplares los casos del Chocó, el departamento que más ha recibido estos recursos o sin ir muy lejos, en Cartagena el Barrio Nelson Mandela, entre otros. 

Mientras más profunda sea la inequidad social, más méritos recibirán quienes rieguen recursos buscando paliarla. Con la “moda” de la RSE muchas empresas que, a causa del sistema en que están inmersas, actúan de una forma que fomenta, a veces sin intención, esta enorme inequidad e injusticia social, crean hoy fundaciones aplicando el adagio “el que peca y reza, empata”. 

Si las empresas y el Estado se dedicaran a lo que les corresponde, con un alto nivel de ética privada y pública situando la honestidad y el bien común, por encima de mezquinos intereses, no habría necesidad de crear estas nuevas “empresas” de RSE que algunas veces confunden su misión.  

Aunque no soy economista, insisto en que debemos encontrar alternativas que humanicen este capitalismo en que estamos inmersos y que nos está consumiendo. No hay necesariamente que “matarlo” pero sí es un imperativo moral hallar e implementar las modificaciones que logren un régimen económico que genere equidad y bienestar para la mayoría. Así se evitaría recurrir a ese sistema de caridad sofisticado.

Finalmente qué se busca, se pregunta Buffet: “¿Elevar el ingreso de quienes viven con 2 dólares al día, para que se integren al mundo del consumo, compren más y formen parte de la rueda del capitalismo?  ¿No será con esto estamos tan sólo alimentando a la bestia?”

*Profesional de Estudios Literarios
Asesora de Proyectos internacionales
Institución Universitaria Bellas Artes y Ciencias de Bolívar UNIBAC

Aleuyar a la Rayuela


El Universal Cartagena


Cortázar: Aullar de dolor en silencio
ILIANA RESTREPO HERNÁNDEZ ESPECIAL PARA DOMINICAL Publicado el 30 de junio de 2013 - 4:46 pm.


Aleuyar a la Rayuela[1]


Homenaje a Julio Cortázar:
Razatrocoiluj, Raza troco i luj Azar Corta lío ju Corta azar en JulioJulio Corta al Rayuela es una novela con la que Julio corta al azar Julio el zar del azar. Azar, juego Olí al azar Ju. Corta julio, azar Julio, azar corta Azar corta  lio ju Lujolizarroca ortulio Jurza Lió al azar coro Coro jutar Cortulio Raza.

Me llaman la Maga. Me llamo Lucía. Viví muchos años en París, pero soy de Montevideo. En París quedaste y allí dejé mi vida.

Estoy triste, muy triste, no logro superar tu pérdida, mi bebé Rocamadour, pequeñito, indefenso; en París simplemente te enfermaste y te moriste. Horacio no me dijo nada y estoy segura de que él se había dado cuenta antes que yo de que tú, mi bebé, habías muerto. Estabas enfermo, pero no como para morirte, cómo me iba a imaginar yo que un angelito como tú se podía morir. Pero ahora que lo pienso, no sólo Horacio sabía que te habías muerto. Creo que todos los que estaban esa noche en el apartamento sabían antes que yo que te habías muerto.

¿Por qué no me decían nada? ¿Por qué todos hablaban como si nada estuviera pasando?  Y yo, ingenua, pidiéndoles que se callaran, que no prendieran la luz que iban a despertarte, ¡que tonta, que tonta! y me dicen la maga, ¡Ja! una maga sin magia. No me di cuenta, no percibí las miradas que se daban entre ellos. Pero hoy, que estoy recordando, veo las caras que ponían Horacio y Etienne y hasta Ronald y Babs.  ¿Cómo es que Babs siendo mujer, no me lo dijo? Tal vez hubiéramos podido hacer algo, algo… algo como salvarte, evitar que murieras, llevarte a un hospital, no sé, algo…

Desde que moriste Rocamadour, no tengo paz, siempre estoy contigo y abrazada a ti. Me pregunto una y mil veces si sentiste algo, si yo hubiera podido evitar que te murieras, si hubiera podido cuidarte mejor, si tú, mi bebé Rocamadour, estuvieras hoy conmigo si hubiera sido una mejor madre.

Mi dientecito de ajo, mi nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete, mi nené. No te puedo volver a ver, ya no te podré explicar lo que es el tiempo, eso de lo que te hablaba, ese bicho que anda y anda. Pero tú ese bichito ya nunca lo necesitarás, ya no tendré que leerte por las noches. Y ahora casi todos los días lloro, y es incómodo llorar porque ahora, como siempre que he llorado veo todo como blandito, todo derritiéndose ¿te acuerdas? Yo te contaba todas esas cosas en París.

Ahora ya no tendré que contarte quien era Horacio ni por qué Horacio no te quería, ni tendré que decirte que en el Club de la Serpiente yo me la pasaba muy bien. Que era irresponsable pero feliz, que cuando conocí a Horacio solo queríamos hacer el amor, que íbamos de hotel en hotel buscando el mejor sitio para abrazarnos y hacer el amor horas enteras hasta que nos doliera todo, hasta que todo ardiera.

Y ¿sabes Rocamadour? Hasta me inventé un lenguaje nuevo para amarnos, nos amábamos en gíglico, ese fue el nombre que le pusimos: gíglico, y podíamos nombrar lo innombrable con el gíglico. Yo podía pedirle que me amalara el noema, confesarle que cuando lo hacía, se me agolpaba el clémiso y entonces sí, en ese momento, caíamos en hidromurias y en salvajes ambonios. Me relamaba las incopelusas y se enredaba en un grimado quejumbroso y entonces él tenía que envulsionarse de cara al nóvalo. Y así podíamos pasar horas y días hasta quedar tendidos como el trimalciato de ergomanina y mi cuerpo temblaba junto a él como una luna en el agua. Eso hacíamos, eso éramos nosotros, Rocamadour.

Quiero contarte, una y otra vez, como pasó todo Rocamadour, aunque tengo que confesarte que a veces me estorbabas, te amaba tanto como hoy que ya no estás y no puedes estorbarme. Cómo me gustaría que me siguieras estorbando. Si me estorbaras sería porque estarías vivo y conmigo.

Horacio no fue a tu entierro, y eso no se lo perdono. Nunca lo quiero volver a ver. Hoy estoy convencida de que Horacio Oliveira no sabe amar. A él le da miedo amar. Está tan atento a lo racional que no puede amar, el amor no se razona Rocamadour, el amor se vive, se siente.

Yo disfrutaba mucho las tertulias con los amigos de Horacio en el Club de la Serpiente, me encantaban sus cuestionamientos sobre la vida, sobre la muerte, sobre el amor, el desamor, el arte, la libertad, el humor, la locura. Y aunque la realidad nos apabullaba, puesto que las necesidades diarias estaban allí, nos gustaba hablar de todo esto en abstracto y fumar y fumar y tomar mate y hasta emborracharnos algunas veces. Horacio se emborrachaba más que yo. Pero no importaba, ya me había acostumbrado a él ¿sabes? Lo quería de veras.

Hoy estoy perdida en Montevideo. No quiero encontrarme ni que me encuentren. No quiero volver a ver a Horacio ni a Etienne, ni a Ronald ni a Babs, ni a Ossip ni siquiera a Gregorovius, quien se portó tan bien conmigo cuando te moriste. Me suena tan raro decir ¡te moriste! Eso no se debe decir, porque a los muertos, después de muertos, no se les habla. Pero te decía, acá en Montevideo he sabido que Horacio volvió a Argentina y que estuvo buscándome, que a veces pensaba que me había lanzado al Sena como lo amenacé tantas veces. Pero no, fíjate no fui capaz aunque sí lo pensé varias veces. El dolor es tan fuerte que no tengo cómo llamarlo, ni cómo contarlo ni cómo explicártelo.

No morí, pero tampoco estoy viva y me han dicho que Horacio Oliveira está loco, loco de locura verdadera. Y así tenía que ser. La vida en París nos hizo encontrarnos y la vida en París nos hizo perdernos. ¿Estaríamos igual si nunca hubiéramos ido a París?  ¿Qué hubiera pasado Rocamadour si nos hubiéramos quedado en Buenos Aires y en Montevideo? ¿Estarías aquí conmigo? O nunca hubieras nacido… así como nunca hubiera nacido mi amor por las artes, por la filosofía y por Oliveira.

Tampoco hubiera inventado el gíglico y no estaría hoy con este aleuyar permanente que me destroza las entrañas.

Te extraño y te amo Rocamadour. Te amo pero no te extraño Horacio Oliveira.

***
Por: Iliana Restrepo Hernández
Profesional en Estudios Literarios
Iliana.restrepo@gmail.com





[1] Aleuyar: Aullar de dolor en silencio.

El Universal Cartagena


“El hombre que amaba a los perros”, de Leonardo Padura

ILIANA RESTREPO HERNÁNDEZ - ESPECIAL PARA DOMINGO Publicado el 9 de junio de 2013 - 12:01 am.

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El escritor Leonardo Padura.
AFP
“El hombre que amaba los perros” (Tusquets, 2009) del escritor cubano Leonardo Padura (La Habana, Octubre 9 de 1955) es una novela fuerte, dramática y persuasiva que debe leerse despacio y con una alta dosis de reflexión.

El cubano Iván Cárdenas Maturell es el narrador principal que, en primera persona, nos lleva por su vida contándonos cómo ésta se ve atada de repente a la de dos hombres que no tendrían por qué haberse cruzado jamás en su camino. Son ellos, el líder comunista ruso Liev Davídovich Bronstein, más conocido como León Trotski y su asesino, el comunista catalán Ramón Mercader del Río.

Iván es producto de la revolución cubana, con toda la carga positiva y negativa que esto conlleva. Tiene talento y ganas de escritor, pero prefiere frustrar sus aspiraciones por el miedo que le produce escribir sin libertad total “(…) había optado por escribir el silencio. Al menos con la boca cerrada podía sentirme en paz conmigo mismo y mantener acorralados mis miedos”. Profundo creyente de la revolución, hizo todo cuanto había que hacer y cuando había que hacerlo, para contribuir al éxito de esa utopía en la que creía con fervor.

Un día cualquiera, después de muchos avatares y reflexiones, se encuentra, por azar en una playa, con un desconocido que paseaba dos bellos galgos borzois y quien, por su interés en los perros, le entabla conversación. En ese instante cambió la vida de Iván para siempre. Este hombre es Mercader quien decide, al conocer las  inclinaciones literarias de Iván, trabar amistad con él. En varias sesiones, va contándole su vida pero, hábilmente lo hace en tercera persona, sin confesarle nunca quien era realmente y ocultando el propósito de que Iván se convierta en su amanuense. Iván poco a poco intuye cuál es la verdadera identidad del hombre que amaba los perros, pero una vez enganchado en su historia, ni puede, ni quiere zafarse de ella.

Mercader era un hombre duro, de convicciones profundas que arrastraba consigo una conflictiva historia familiar. Había sido educado en y para el odio por su madre Caridad del Rio, una comunista de la España anterior a la Segunda Guerra, quien lo puso en contacto con quienes le asignaron la Misión Pato, que él aceptó alentado hasta el último momento por ella. La misión, había sido encomendada por el mismísimo Stalin, quien odiaba a Trotski profundamente, por considerarlo un traidor. Para cumplirla, tuvo que moverse por vericuetos llenos de mentiras y disfraces, hasta convertirse, el 20 de agosto de 1940, en el asesino de León Trotski. Éste paradójicamente había logrado, antes de su muerte, sembrar serias dudas en la férrea e inamovible ideología de Ramón. Pero ya no tenía salida, había que matarlo. Era su propósito de vida.

La arquitectura literaria de la novela, si bien no es novedosa, está bien lograda. Dividida en tres historias de vida que se intercalan entre sí, pero que casi podrían leerse de manera independiente. Con diferentes voces narrativas, cada cuatro o cinco capítulos se retoma la vida de uno de los tres protagonistas principales y se van tejiendo poco a poco esos vínculos que los amarran entre sí para siempre. 

Es una novela histórica, anclada en hechos reales y verificables, aunque el autor se concede algunas licencias literarias necesarias para ajustar la trama. Le introduce también los ingredientes de ficción inevitables para recrear aquellos incidentes históricos que se han mantenido en la oscuridad. Padura es maestro del género de la novela policiaca con su serie sobre el detective Conde. Experiencia que trae aquí para mantener el hilo narrativo y la agilidad de una novela de misterio, intriga y pasión, sin que se pierda por esos rincones, el profundo drama humano, social y político que contiene. Además, no es arte fácil mantener la tensión y la atención del lector, cuando de antemano se conoce, no solamente el final, sino muchos de los acontecimientos que rodean la trama.

Es indudable que la obra trata sobre la pasión, la compasión, el miedo y el dolor pero sobre todo trata sobre la desilusión vital por la gran utopía perdida. Aunque no de la misma manera, los tres protagonistas fueron víctimas inocentes de una misma prisión terrible: su ideología inamovible. Creyeron, con la fe del carbonero, en la utopía marxista, la cual fue envilecida de la peor manera. 

El autor al final de la obra, manifiesta sus deseos, no sólo de que se conozca “esta historia ejemplar de amor, de locura y de muerte [sino que espera] que aporte algo sobre cómo y por qué se pervirtió la utopía e, incluso, provoque compasión.”  Padura lo logra. El sentimiento con el que estuve lidiando durante muchas páginas, fue ese: compasión en su verdadera acepción, es decir, padecer con el otro. Padecí cada minuto de cada día de todos los personajes. Compadezco, como Iván, a Ramón Mercader, porque se convirtió en el autor de un asesinato inútil, a pesar de haberse dado cuenta de que ya todo era una mentira pero siguió adelante por físico pavor: “(…) me provocaba, más que cualquier otro, aquel sentimiento inapropiado que el mismo Ramón rechazaba y que a mí me espantaba por el solo hecho de sentirlo: la compasión”. Compadecí a Trotski por haber sido el blanco y el chivo expiatorio de tanto odio y de tantos horrores cometidos por Stalin. Pero sobre todo, compadezco a todos los Ivanes, que como él, le apostaron todo a esa utopía y han vivido de manera inocente, vidas tan difíciles y dolorosas.

Las páginas más conmovedoras y que se leen sintiendo la compasión más viva, son las que narra un Iván reflexivo quien se ha quedado solo con esa historia trunca de Ramón Mercader; historia que no hace más que afirmar y avivar sus dudas, desilusiones  y rabias. Al mismo tiempo narra cómo le toca vivir ese periodo especial tan duro como fue la década de los 90 en Cuba. Da cuenta de momentos verdaderamente amargos, vividos en compañía de su amada Ana, otra de tantas víctimas inocentes.

Nunca se sabrá qué hubiera pasado si la historia se hubiera desarrollado de otra manera; si la utopía de Marx no hubiese sido pervertida... Algunos hacen la tremenda y punzante analogía de que Stalin fue al Marxismo lo que la Religión Católica al Cristianismo.

(...) Sin embargo, a pesar de todo lo que este libro encierra y encarna, de lo que dice y de lo que no dice, de lo que se intuye y de lo que duele, la utopía primaria perseguida, es decir, la igualdad y la hermandad humana, es la verdadera. Es la éticamente correcta. Que en su búsqueda, por diversos motivos, se torcieron los ideales, no quiere decir que no haya que ir en pos de ella, tratando de encontrar el camino recto que nos conduzca lo más cerca posible.

Sin utopías no se puede soñar, ni caminar y con toda seguridad no se puede avanzar. Hay una anécdota que ilustra muy bien qué es una utopía y por qué nunca se debe prescindir de ella: un estudiante cartagenero le preguntó una vez al director de cine Fernando Birri, para qué servían las utopías y él le contestó con gran acierto: “la utopía siempre está lejos de ti, cuando avanzas en su búsqueda, la utopía se aleja, si avanzas diez pasos ella se aleja diez pasos, si crees acercarte, ella se aleja más, entonces… ¿Para qué sirven las utopías, me preguntas? Pues sirven para eso, sirven para caminar”. Agregaría que sirven para caminar en la dirección correcta. El problema se presenta cuando los líderes que dicen perseguirla y guiar a sus seguidores hacia ella, la manosean en su favor y extravían el olor de su esencia.

iliana.restrepo@gmail.com

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Cómo hablarles a las niñas pequeñas

La semana pasada leí este artículo en el blog http://latinafatale.com/2011/07/21/how-to-talk-to-little-girls/ y me tomé el atrevimiento, sin autorización, no se si me meta en un lío, de traducirlo, porque me parece un tema de la mayor importancia. Juzguen ustedes. 

El artículo se titula Cómo hablarles a las niñas pequeñas, escrito por Lisa Bloom, periodista y autora del libro Think: Straight Talk for Women to Stay Smart in a Dumbed Down World


La semana pasada fui a cenar en casa de una amiga, y conocí por primera vez a su hija de cinco años de edad.

La pequeña Maya era una belleza con su rizado pelo caoba y sus ojos oscuros. Se veía adorable enfundada en su camisón rosado brillante. Me hubiera gustado consentirla, hablarle como bebé y decirle “¡Maya eres tan bella! ¡Mírate! Date una vuelta y modela esa belleza de bata, ¡eres una preciosura!”

Pero no lo hice. Me aguanté. Me mordí la lengua como hago siempre que conozco niñas pequeñas, aguanto ese primer impulso, de que siempre tengo de decirles lo preciosas/bonitas/bien vestidas/bien arregladas/bien peinadas que están. 

¿Qué hay de malo en eso? En nuestra cultura es normal hablarles de ese modo a las niñas para romper el hielo, ¿no?


Mantengan en su mente esto por un momento. 

Esta semana, las noticias en ABC reportaron que casi la mitad de las niñas de seis años de edad están preocupadas por su peso. En mi libro “Think: Straight Talk for Women to Stay Smart in aDumbed-Down World”, revelo que entre entre el 15 y el 18 por ciento de las niñas menores de doce años usan pestañina, delineador de ojos y lápiz labial, de manera regular; los desórdenes alimenticios van en alza y la autoestima a la baja; veinticinco por ciento de las mujeres jóvenes en los Estados Unidos preferirían ganar el premio de la top model americana que ganar el premio Nobel de la Paz. Hasta las más exitosas jóvenes universitarias dicen que prefieren ser llamativas que inteligentes. En Miami, una madre acaba de morir a causa de una cirugía cosmética, dejando huérfanos a dos adolescentes. Esto sigue pasando y me rompe el corazón.

Enseñarles a las niñas que su apariencia es la primera cosa que ves, les dice que la apariencia es más importante que todo. Esto, las programa para que comiencen a pensar en una dieta a la edad de 5, en base de maquillaje a los 11, en implantes de senos a los 17 y Botox a los 23. Como se ha convertido en un imperativo cultural estar atractiva las 24 horas del día y siete días a la semana, las mujeres americanas se han convertido cada vez más en seres infelices. ¿Qué está faltando? Una vida que tenga significado, una vida de ideas, leer libros y ser valoradas por sus propios pensamientos y logros.

Por eso es que me fuerzo a hablarles de esa manera a las niñas pequeñas:

“Maya,” le dije, agachándome a su nivel y mirándola directamente a los ojos, “me encanta conocerte”.

“A mí también me encanta conocerte” dijo con su voz entrenada de niña buena y educada para hablarle a los adultos.

“Oye, ¿qué estás leyendo”? Le pregunté, con un guiño en mis ojos. A mí me fascinan los libros. Me vuelven loca. Le dejé ver que eso era verdad.

Sus ojos se agrandaron y su expresión facial de niña educada cambió a causa de una excitación genuina por el tema. De todas maneras hizo una pausa, estaba un poco apenada conmigo, era una extraña.

“Amo los libros,” le dije. “Y tú?”

A la mayoría de los niños les encantan.

“Sí,” me dijo. “¡Y ya puedo leerlos yo sola!”

“!Wow, impresionante!” le dije. Y realmente lo es para una niña de cinco años. Sigue así Maya.

“¿Cuál es tu libro favorito?” le pregunté.

“¡Lo voy a buscar! ¿Te lo puedo leer?”


Purplicious fue el libro elegido por Maya, era nuevo para mí y mientras se acomodaba a mi lado en el sofá, leía orgullosa en voz alta cada palabra, sobre una heroína que amaba el color rosado pero que era atormentada por un grupo de compañeras en el colegio, que sólo usaban color negro. Lamentablemente, la lectura se trataba de niñas, de qué ropa usaban y de cómo su guardarropa definía sus identidades. Pero antes de que Maya cerrara la página final, conduje la conversación a los temas más profundos del libro: es decir, cómo ejercían esas niñas presión sobre su compañera por no ir con el grupo. Le conté que mi color preferido era el verde, porque me gusta mucho la naturaleza y esto le encantó. 

Ni una sola vez conversamos sobre la ropa, o el pelo, o los cuerpos o sobre quién era bonita. Es sorprendente cuán difícil es mantenerse alejada de esos temas con niñas pequeñas, pero soy terca.

Le dije que acababa de escribir un libro y que esperaba que ella también escribiera uno algún día. Se mostró muy entusiasmada con la idea. Las dos nos pusimos tristes cuando se tuvo que ir a la cama, pero le dije que la próxima vez podría elegir otro libro, lo leeríamos y conversaríamos sobre él. Oops. Eso la puso muy ansiosa para poder dormirse y bajó de su cuarto unas cuantas veces, muy animada.

Esta es una pequeñísima gota de oposición a una cultura que envía todos los mensajes errados a nuestras niñas. Un mínimo empujón hacía la valoración del cerebro femenino. O un pequeño momento de modelado de rol intencional . ¿Será que mis cortos minutos con Maya cambiarán nuestra multibillonaria industria de la belleza, los reality shows que degradan a la mujer y nuestra cultura enferma por las celebridades? No. Pero si cambié la perspectiva de Maya, al menos durante esa velada.

Pruebe este comportamiento la próxima vez que se encuentre con una niña pequeña. Ella posiblemente se muestre sorprendida e insegura al principio, porque muy pocos le preguntan sobre su mente, pero sea paciente y persista. Pregúntele que está leyendo. Qué le gusta, qué le disgusta y ¿por qué? No hay respuestas incorrectas. Usted está generando una conversación inteligente que respeta su cerebro. Para las chicas más grandes, pregúnteles sobre eventos de actualidad: la polución, las guerras, el recorte de los presupuestos para la educación. ¿Qué le preocupa del mundo y cómo lo arreglaría si tuviera en sus manos una varita mágica? Puede que obtenga respuestas sorprendentes. Cuéntele sobre sus ideas y logros y sobre sus libros favoritos. Actúe para ella como modelo de lo que hace y habla una mujer pensante.

Y cuénteme las respuestas que obtenga a:
www.Twitter.com/lisabloom.
Esto es cambiar el mundo, una pequeña niña a la vez.

*** 


Sobre la autora:


Lisa Bloom, autora de Think: Straight Talk for Women to Stay Smart in a Dumbed Down World, es un periodista galardonada, es analista legal, abogada litigante e hija de la reconocida abogada de derechos de la mujer, Gloria Allred.


Traducido por Iliana Restrepo del artículo publicado en:


http://latinafatale.com/2011/07/21/how-to-talk-to-little-girls/

Libertad de opinión


La prensa es la artillería de la libertad.
Hans Christian Andersen

Hace pocos días, se celebró el día mundial de la libertad de prensa proclamado en 1993 por la ONU.

La libertad de prensa, ese conjunto de garantías que debe ofrecer un Estado a sus ciudadanos para que puedan establecer medios de comunicación sin control ni censura, es además, y a mi juicio lo más importante, ese derecho que tenemos todos los seres humanos a opinar y publicar esas opiniones sin coacciones de ningún tipo, más aún en esta era de las comunicaciones y de las redes sociales.

Como libertad no es sinónimo de libertinaje, la prensa cuenta con límites que han sido establecidos por las leyes y ciñéndose a estas, debe garantizar no solo la información veraz y responsable, sino además permitir la pluralidad de interpretaciones y reflexiones de sus columnistas de opinión.

Por ende, los obstáculos que atenten contra esa libertad, afectan de manera profunda la calidad de la información ya que en condiciones de peligro o zozobra un periodista o columnista debe sopesar y cuidar cada palabra para evitar riesgos. No hay peor mordaza que el miedo.

Basta dar un corto paseo por los medios de comunicación o por la página Web de la Fundación para la Libertad de Prensa FLIP, para evidenciar que a pesar de la proclama de la ONU y de las medidas para prevenir las amenazas y la censura, aun abundan innumerables casos que atentan de diversas formas contra quienes investigan u opinan. Estas van desde sutiles intentos de censura, pasando por interferencias en la vida privada, hasta amenazas de muerte que infortunadamente, algunas veces, terminan siendo ejecutadas con éxito. El atentado contra Ricardo Calderón y más recientemente las amenazas al columnista León Valencia, que lo tienen trabajando “en medio de la zozobra”, confirman lo dicho.

El proyecto Antonio Nariño PAN, aplicó una encuesta a 603 periodistas del país, sobre la situación de seguridad en el periodismo. Los resultados no son alentadores, más de la mitad (59%) de los periodistas encuestados considera que la situación de seguridad de su departamento le impide desarrollar bien su labor periodística; 29% aseguró haber sido víctima de algún tipo de ataque y un porcentaje muy alto (79%), dice que prefiere no publicar ciertos temas por temor a que haya represalias en su contra, como perder su trabajo o sufrir agresiones físicas. Esto, por supuesto induce a la autocensura que junto con el acoso judicial, dice el informe, son las causas más preocupantes de la coartación de la libertad en el periodismo.

Para quienes solo consumen información, podrían parecerles poco relevantes estas cifras, pero para quienes hacen periodismo investigativo o se atreven a exponer sus opiniones en público, no hay peor manera de trabajar, que  vivir con la espada de Damocles pendiendo sobre la cabeza con el temor de que cualquier día puede caer sobre ellos de la manera más inesperada, sin previo aviso y en ocasiones clavada por verdugos inocentes.  

Educación siglo XXI

Muchos se preguntan qué y cómo debe ser la educación del siglo XXI. Se preocupan por el uso de las llamadas TIC. Se angustian pensando que los alumnos de hoy escriben mal, no leen mucho, juegan y chatean permanentemente a través de sus teléfonos móviles, tabletas o computadores. Ha habido grandes debates sobre todos estos temas y los docentes y padres cada vez están más desconcertados, sin saber qué hacer, cómo revertir estas tendencias y regresar al orden establecido.

Aunque casi nadie puede dejar de reconocer los grandes beneficios que aporta la tecnología a casi todas las actividades de su vida cotidiana, todavía no están seguros y muchos no saben cómo incorporar todas esas ventajas en la educación de niños y jóvenes. 

Cuando veo a mis hijos y nietos y a los jóvenes en general, imbuidos, realmente concentrados y disfrutando lo que hacen cuando juegan o chatean en sus dispositivos, no puedo menos que preguntarme cómo lograr que ese mismo goce lo tengan cuando estudian o buscan el conocimiento a través de esos aparatos maravillosos que tanto les gustan.

Estoy adelantando una maestría en e-learning y redes sociales en la cual  he estudiado y leído una gran cantidad de artículos, sobre nuevas formas de aplicar la tecnología en la educación y  he tenido la oportunidad de conocer ese mundo nuevo que se ha estado abriendo frente a nosotros sin que nos haya dado mucho tiempo a reflexionar sobre qué ha pasado y mucho menos sobre qué va a pasar. 

¿Cambiará realmente la educación en el siglo XXI? Para mí, la respuesta es un rotundo SÍ. Todo cambiará de una manera tan abismal y radical que hoy no tenemos ni remota idea de la revolución que estamos presenciando. Hoy tan solo vemos la punta de un enorme iceberg que está haciendo de las suyas en el mundo de la educación. ¿Para bien o para mal? yo considero que todos estos cambios serán para bien. Pondrá a la educación en su justo tiempo y lugar. Ni los colegios, ni las universidades, ni los profesores serán necesarios de la manera como existen hoy. Habrá otros conceptos, otros espacios y otros entornos de aprendizaje.

La educación como se concibió y como se ha mantenido desde hace más tres siglos, ya no es la educación que requieren los chicos de hoy. No se necesitarán tal vez centros de enseñanza ni profesores, por lo menos, no como son hoy. Muchos se escandalizarán con esto que digo, pero nos guste o no, es verdad. Los niños y los jóvenes lo que tendrán que aprender es a buscar, a buscar bien, a ser orientados para buscar su propio conocimiento, de acuerdo con sus gustos y necesidades. 

¿Por qué me atrevo a afirmar algo tan drástico?

Las escuelas se crearon obedeciendo a una necesidad de la sociedad industrial que resolvió que así como había descubierto que la fabricación de productos y bienes en línea y en serie era uno de los mejores y más eficientes descubrimientos para la sociedad del momento, ideó que la educación debería hacerse de la misma manera e inventó los sitios de enseñanza (colegios y universidades), con las características, restricciones y condiciones que prevalecen hasta hoy. Los niños deberían estar agrupados por edades, todos deberían entrar a la misma hora, aprender lo mismo, al mismo ritmo y producir los mismos resultados. Al cabo de un tiempo, todos deberían obtener unos certificados que darían cuenta de los conocimientos adquiridos, es decir que se certificaría que contaban con la calidad suficiente para salir al mercado laboral. Con esto se había conseguido fabricar el producto que la sociedad necesitaba: burócratas en serie producidos en línea, listos a ser incorporados a la cadena social y laboral. 

La sociedad ha ido cambiando pero el sistema educativo no se ha movido al mismo ritmo. Está obsoleto. la mayoría de los chicos se aburren como ostras mientras pasan sus días en el sistema educativo. Lo peor es que la gran mayoría de los maestros también. 

Llegaron los computadores, Internet, los teléfonos móviles, la Web 2.0 y tantas tecnologías y quienes se dieron cuenta y entendieron todo rápidamente fueron los niños y los jóvenes, sobre todo los llamados nativos digitales; aprendieron muy rápido que estos nuevos aparatos eran parte de su mundo y se lanzaron a utilizarlos sin ningún recato, al punto que hemos llegado hoy:  los chicos van por un lado y la educación por otro. ¿Quién les ha enseñado a utilizar esos artefactos? curiosamente, nadie. Ellos aprenden solos. La tecnología produce el milagro de que los chicos se convierten en autodidactas. Pregúntenles quién les enseñó las reglas de este o aquel juego con el que se pasan hora tras hora jugando. Se darán cuenta de que lo aprendieron solos, probando, equivocándose y volviendo a probar hasta aprender.

Entonces, ¿cómo hacer para poner a los alumnos y docentes, a los padres e hijos, al mismo ritmo si muy pocos docentes y padres están preparados para enfrentar este mundo, que como bien dice el sociólogo polaco Zigmunt Bauman es cada vez más liquido, más cambiante e inasible y se mueve a una velocidad que a veces no alcanzamos?

En el uso que los chicos de todas las edades dan a estos adelantos tecnológicos pueden estar las claves de cómo incorporarlos a la educación. Hay que investigar qué hacen con sus equipos, para qué los usan, por qué les gustan y los disfrutan tanto. Cada día se descubren nuevas tendencias y nuevos usos para la tecnología, pero hasta ahora el más atrasado para incorporarlas es el sector de la educación. Hay motivos diversos, como el costo, las dificultades para capacitar a los docentes en las nuevas TICs pero sobre todo la gran resistencia al cambio y a reconocer que la educación, como está concebida hoy, ya no es necesaria.

Un maestro parado frente a una clase con 30 o 50 chicos y chicas de cualquier edad, hablando y tratando de que todos estén atentos a lo que él o ella dicen, como si fuera la verdad revelada, es una metodología obsoleta. Ellos ya no quieren ni necesitan esto. El mundo que los espera afuera no les da tiempo para esto. Además, muchas de las cosas que los profesores les están tratando de enseñar las tienen a un click de distancia. No en vano se dice que hoy en día la memoria no se encuentra en el cerebro sino en la punta de los dedos. Los alumnos ya no pueden ser vistos como receptáculos vacíos que los profesores deben ir llenando poco a poco hasta que queden "listos" para la siguiente etapa.  

Muchos de los Programas Educativos Institucionales (PEI) de colegios y universidades, se jactan al decir que su programa tiene al estudiante en el centro de todas las actividades, pero si se escarba y se va más allá de estas declaraciones y se observa el comportamiento de los docentes y de cómo son las clases, las actividades, las evaluaciones... nos damos cuenta de que en un alto porcentaje de los casos lo que se enuncia no es cierto y de que el estudiante es el menos importante de todos los actores en la cadena educativa. El estudiante, en muchos casos, tiene una participación marginal en su propio proceso de adquirir el conocimiento. No se ha querido comprender que todo ha cambiado y que el estudiante podría, de manera autodidacta, con las herramientas que hoy tiene a su disposición, ser el verdadero artífice de su propio conocimiento y aprendizaje. El profesor debería ser tan sólo un mediador, un facilitador.

Cuando los chicos interactúan entre ellos, para aprender algo en un computador, tableta, etc. se apoyan y se ayudan los unos a los otros. Es decir practican el aprendizaje colaborativo que tanto trabajo ha dado implementar. ¿Por qué no hacer lo mismo para que busquen por sí mismos lo que queremos que aprendan? El maestro deberá convertirse en un partero del deseo de conocimiento. El aprendizaje tiene que ser visto como una aventura propia y la competencia y el reto deben ser contra sí mismos, no contra los otros alumnos. Los errores deberán ser estimulados, no castigados. Un chico que no se equivoca no puede aprender. 

Volvamos a los videojuegos. ¿Cuántas veces creen ustedes que se equivoca un chico o chica cuando está jugando para completar la misión o completar "el mundo" en el que está? Se demora el tiempo que requiera y se equivoca tantas veces como sean necesarias para avanzar hacia donde quiere ir. Se reta a sí mismo y aprende de sus propios errores y cuando juega con otros, también aprende de los errores de los demás, lo cual le ayuda en el aprendizaje. No hay estigmatización al cometer errores. Rápidamente comprenden que de los errores están aprendiendo y los aceptan con facilidad, como parte de ese aprendizaje. sin que nadie los califique negativamente por haberlos cometido.

Muchos padres y maestros están aterrados de pensar que los chicos no quieren hacer nada más que jugar y jugar frente a un PC, una tableta, un teléfono celular u otros, y que pueden pasar horas y horas dedicados solo a eso.  Lo que deben preguntarse es por qué eso está sucediendo... ¿están aprendiendo algo? ¿qué están aprendiendo? o  será que realmente están perdiendo el tiempo.

Lo importante y de lo que se debe aprender de estos juegos es que la adicción que producen proviene del gusto de aprender. Así como lo oyen. La droga adictiva de los videojuegos, dice el experto en el tema, James Paul Gee, es el aprendizaje. Mientras no consiguen superar las barreras y completar la misión, no termina el interés. Dicho de otra manera, en el momento en que ya no hay nada nuevo que aprender, se pierde el gusto por el juego. Es un permanente aprendizaje. Cuando se aprendió ya se llegó al punto máximo y el interés decae.

Esto es lo que desearían todos los docentes que pasara con sus alumnos, que estudiaran con tanto gusto y ahínco, que repitieran todo una y otra vez hasta que tener el problema superado o el conocimiento adquirido. Lo que nos está diciendo este ejemplo y esta comparación con los video juegos, no es otra cosa que el aprendizaje se produce cuando hay interés y ganas de aprender. Entonces, ¿cómo despertar ese interés y esas ganas en los alumnos para adquirir el conocimiento? 

Lo primero, es entender algo que parece una perogrullada. No aprende quien no quiere aprender. No aprende quien no está interesado en aprender. Aunque, como decía, parece una tontería, esta es la base del desinterés de los alumnos. Y muchas veces no están interesados porque no entienden para qué les sirve lo que les quieren enseñar. No es un proceso agradable y no entienden la utilidad práctica de lo que se quiere enseñar, en un mundo cambiante como el de hoy, donde la información la tienen a un click de distancia; para qué les puede  servir, por ejemplo memorizar tantas cosas o datos si pueden acceder a ellas cada vez que las necesitan. Lo que verdaderamente necesitan saber es cómo y cuándo buscarlos. Es decir entender cuándo y para qué sería útil esta información y entonces sí acceder a ella.


Yo invito a los padres de familia, abuelos, docentes y en general a la sociedad en su conjunto, a abrir la mente, a situarse en el contexto del mundo de hoy. A no satanizar los cambios. A entender que nuestros niños, niñas y jóvenes no pueden vivir la vida a nuestro ritmo, ni con nuestros paradigmas. Se están creando nuevos paradigmas que son los que ellos van a seguir. 


Cuando observemos a los chicos y chicas chateando, jugando o simplemente utilizando los dispositivos que tienen a su alcance, no los increpemos para que no lo hagan. Unámonos a ellos  y más bien solicitémosles  que nos muestren lo que están haciendo, que nos expliquen y que nos instruyan. Tal vez así, poco a poco podremos participar y unirnos a esta gran revolución de la búsqueda del conocimiento y del aprendizaje por cuenta propia. Incentivémoslos a hacerse preguntas, hagámosles muchas preguntas, pero no les demos las respuestas. Estimulémoslos a trabajar con otros en la búsqueda de estas respuestas y soluciones. Retémoslos a encontrar las respuestas por sí mismos, utilizando esa tecnología que ya manejan tan bien en sus vidas diarias. En otras palabras volvámonos cómplices y no enemigos de esas herramientas que tanto bien le hacen y le harán a la humanidad. 

Dejo dos videos inspiradores que ilustran muy bien, con experimentos concretos lo que afirmo en esta entrada. 




James Paul Gee. Learning with Video Games


Sugata Mitra TED 2013 winning talk